Alan Wake es una basura. El juego de Remedy hace tantas cosas mal que no sé ni por dónde empezar a escupir ni en qué dirección hacerlo. Durante las aproximadamente diez horas que dura la aventura del señor Wake estoy seguro de no haber vivido ni un solo momento en el que haya pensado: «eh, esto es realmente divertido». Ni uno. Y el motivo es muy simple: tras una pomposa puesta en escena diseñada —supongo— para cautivar a los incautos, se esconde un juego vacío en el que todos y cada uno los elementos de su engranaje están rotos. Desde las piezas más básicas hasta las más complejas: sin triste excepción.
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