Que (desgraciadamente) no por quiqui. Los videojuegos siempre han estado en el punto de mira del vertedero sensacionalista que crean los grandes medios. Si un chaval castaño y con katana mata a sus padres, es porque el emo de Squall en Final Fantasy VIII le influenció y le lavó el cerebro desde la pantalla. Sí, los casos de violencia son los más llamativos y los que más ríos de tinta y de sangre (tutumchasss) hacen correr a la hora de rellenar informativos con mierda; pero hay otra vertiente crítica menos explotada en el amarillismo español: la relacionada con los problemas de salud y adicción que generan los videojuegos.
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