En las tiras de Calvin y Hobbes, el titanazo de Bill Watterson se marca unas acrobacias narrativas y emocionales complejísimas que lo convierten, en mi humilde opinión, en uno de los mejores tebeos que se han hecho jamás. Watterson retrata con una ternura extraordinaria el juego infantil y traslada al lector a los universos imaginarios de Calvin y a sus conversaciones con Hobbes. Esas charlas con el tigre de peluche y ese mundo interior del niño están contados con tanto talento que se sienten reales. De alguna forma, volvemos a ser niños. Al mismo tiempo, el autor nos invita a analizar lo que ha sucedido desde los ojos de un adulto y nos castiga con la idea de que nunca podremos volver a ver a mirar el mundo como Calvin.