Entre todas las sentencias que pretenden zanjar un debate, “para gustos, los colores” (o “sobre gustos no hay nada escrito”) es la peor de todas. Me enerva y entristece por igual, ya que niega la búsqueda del porqué y tira por la borda siglos de preguntas sobre lo que nos gusta y lo que nos deja de agradar. Desde tiempos inmemoriales, anteriores a la era de los grandes filósofos griegos, no hemos dejado de plantearnos por qué unas cosas nos gustan siempre y otras nos parecen de mal gusto desde un primer instante; por qué unas pasan de moda y otras perduran sin que el paso de los años les afecte; por qué nos mola más Milla Jovovich o Christina Hendricks que Carmele Marchante o Belén Esteban; por qué recordamos más el gol de Zidane ante el Bayern que el anotado por Raúl en el mismo partido; por qué nos empalmamos con Braid y no con Dragon Age II. Decir o escribir “para gustos los colores” es pegar una patada a todo eso; o al menos denota una total falta de interés por profundizar en el debate y por cultivar el gusto particular.
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