Nelson escribió hace muy poquito un fantabuloso artículo que reflexiona en torno al papel del retro en los videojuegos y, sobre todo, acerca del propio funcionamiento de la nostalgia. Creo que todos hemos sentido muchas veces (y cada vez las sentiremos más) las agridulces sensaciones que nos describe y opino que la naturaleza lúdica del medio hace que éstas sean aún más ambiguas. Pero, el caso es que, en mi infancia, nunca me pasé horas sometido al resplandor del tubo fluorescente que se proyectaba sobre un cristal curvo de 15” ni dejé el mando de mi Super Nintendo manchado de Nocilla ni me gastaba mi paga en recreativas ni me aprendí de memoria la banda sonora del Aladdin de Mega Drive y, sin embargo, disfruto como un loco jugando tanto a las versiones emuladas de todo aquello como a los juegos que no dejan de salir homenajeando esa época. ¿Puede existir nostalgia de algo que jamás se ha experimentado? ¿O es que existen otros motivos para que esos juegos sean disfrutables? Y, por último, ¿es un poco cutre acabar la entradilla a un artículo con preguntas? Mi respuesta es afirmativa para las tres cuestiones.