El otro día, así como quien no quiere la cosa, me di cuenta de que pese a haberme terminado Braid en tres ocasiones, prácticamente no se había hablado nada de él en esta ilustre casa. Lo cual, si me permitís, es un error que pienso subsanar en estas mismas líneas. Y no lo voy a hacer contándoos la historia de como Jonathan Blow, con la ayuda de David Hellman al pincel, culminó uno de los juegos que hicieron que mucha gente se empezase a plantear el tema del arte y los videojuegos —por supuesto los disparos fueron en la dirección equivocada y el debate se originó por lo preciosísimo que luce el juego y no por sus brillantes mecánicas, pero ese es otro tema que no viene al caso—; lo voy a hacer escribiendo por qué Braid es uno de los títulos más evocadores de la presente generación.