Ni Symphony of the Night, ni Lord of the Shadows, ni los de DS, ni el Super IV, ni esos Castlevania de títulos impronunciables de reminiscencias pornográficas (lo de X y Rondo suena a gangbang), ni los chiripitifláuticos para NES, ni el New Generation… a mi el que me cautivó fue éste para la Game Boy Potemkin; la buena, la tocha. Su primera incursión en la portátil grisacea fue patética, pero la segunda… ah, la segunda. Mi primer contacto con esta joyita fue en el patio del cole, sufriendo a pelo para evadir los rayos solares matutinos y conseguir cierta visibilidad; al mismo tiempo que protegía la pantalla del aceite que chorreaban los bocatas de mirones mocosos y compinches de partida (normalmente estos últimos eran silenciosos y aportaban buenos consejos; una táctica certera para lograr un eventual préstamo de cartucho). Una hazaña en toda regla, sí, pero un videojuego nuevo era todo un acontecimiento y había que mostrarlo en sociedad. Para fardar, básicamente.
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