Tras la mecánica, probablemente el apartado más determinante en un videojuego sea el diseño de niveles. El tablero de juego, el escenario, la cancha, la zona de combate. Es más, si una mecánica excelsa no va acompañada de un escenario medianamente competente es muy probable que a corto-medio plazo abandonemos el juego. Algo parecido le sucedió al festival barcelonés Sonar (el nocturno, a partir de este año le sucederá también al diurno) cuando lo trasladaron —en este caso por motivos de capacidad— del pabellón de la Mar Bella al complejo Fira Gran Vía. No es lo mismo pulular colocado, entre bailoteo y bailoteo, por un marco playero —palmeras, aroma marinero, aire libre, pasillos con separadores de cañas, etc— que hacer lo propio en una periférica nave industrial de proporciones bíblicas toa’ guarra, gélida y desalmada. De la misma manera que no es lo mismo una fiesta en un ático con piscina que un botellón en el parque. Aunque el programa musical sea similar, las personas del sexo opuesto estén igual de buenas y los agentes psicoactivos posean la misma eficacia, la magia se diluye cual azucarillo en absenta. El escenario es importante. Sí, es una perogrullada pero de vez en cuando hace falta hacer hincapié en ello.
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