Analizar este Dragon Knight Saga no es nada fácil para un servidor. Como sabréis, a la entrega original le casqué un diez el año pasado porque me pareció ni más ni menos que el juego del año. Este producto sobre lo que ahora os estoy hablando es, aunque por entonces pudiese parecerme difícil de concebir, una versión mejorada de aquel juego con una expansión añadida, Flames of Vengeance, en la que podremos continuar la historia que tan bien culminó entonces. Si merece o no la pena, os lo cuento tras el salto.
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La dura realidad
Ayer leí en Neogaf algo que, por muy normal que sea hoy día, no deja de indignarme. Se trata de la historia que cuenta uno de los hombres importantes dentro de Larian Studios en el propio foro oficial de la compañía y en respuesta a un usuario. En ella narra como viajó a Estados Unidos (Larian Studios es una empresa belga) para hacer cinco presentaciones en cinco publicaciones de videojuegos diferentes, obteniendo los siguientes resultados: dos de ellos lo recibieron pero no publicaron nada, otro le encasquetó a un becario que, literalmente, redactó una pieza que «estaba tan mal escrita que le dolió»; otro acortó la reunión a quince minutos tras descubrir que no pertenecía a una gran distribuidora, y el último la canceló directamente. ¿El motivo? Ser un RPG occidental y no tener el sello de Bethesda o EA (bioware) detrás, o lo que es lo mismo, no poder permitirse soltar fajos de billetes a cascoporro para que pongan tus vídeos de mierda con banda sonora de Marylin Manson en todas las webs habidas y por haber.
Joyas Maltratadas
En el mundo de los videojuegos, como en el del cine, hay muchas obras incomprendidas. Son productos que por un motivo u otro, ya sea mala prensa, mala distribución o simple y llana mala suerte, no han obtenido el reconocimiento que se merecen. Productos que, en el caso de los videojuegos, deberían estar en la estantería de cualquier jugón con clase y que por desgracia no están. Por suerte para vosotros aquí estoy yo para darle una palmadita en la espalda a esos títulos y sacarlos del armario de los mediocres.