Vaya castaña. Aún intuyendo el soberano hostiazo que me aguardaba tras la esquina del 10 de Downing street, mi condición de incorregible fan fatale de Bond provocó que me lanzase en tromba a por este juego; vía préstamo, por fortuna. Con todo, aún habiendo ahorrado los sesenta y pico euracos por la tomadura de pelo, me siento imbécil. ¿Qué fue lo que me provocó tamaña estupidez? ¿La ciega puta nostalgia? ¿Tener más moral que el Alcoyano? ¿Simple y puro masoquismo? Pues un poco de todo, imagino. Tras acabarlo, pensé incluso en ahorraros estas líneas… pero, entre el estreno de Skyfall, los cincuenta tacos cumplidos por el agente indiscreto —cincuenta y ocho, si tenemos en cuenta el personaje literario— y que cualquier excusa es buena para meterse un dry martini entre pecho y espalda, me he venido arriba. Con un par.
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