Mis padres no contaban cuando me regalaron por reyes la Master System con el enorme montante que costaba un videojuego, por lo que a la hora de elegir los títulos que quería, debía regirme por el abanico de posibilidades de la gama económica de Sega. 1995 leandras etiquetadas en la baja estantería de El Corte Inglés, nostalgia almidonada que me empaña las lentillas. Gracias a ello pude gozarlo con cosas como The Ninja, Secret Command o Transbot, pero sin duda, el que me hizo aprender una impepinable lección de vida fue Enduro Racer y su puto final.
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