Hay pocos finales que puedan resultar tan previsibles como los que se suelen dar en los títulos deportivos. Es más, entiendo que pueda sonar a broma de mal gusto que dos de los seis finales ilustres realizados hasta la fecha (repasad esta maravilla) pertenezcan a este género. Impulsados por ese horripilante aunque a la vez comprensible afán por simular los eventos reales, la mayoría de ellos repiten la ya canónica ceremonia de entrega de premios; ya sea copa, ensaladera o medalla, en un podio rodeado de bellezones o sobre una plataforma agasajado por los gordopilos tragones de la UEFA o del COI… Todas ellas escenas de júbilo robótico carente de toda chispa de vida que no justifican el largo camino recorrido. Pero hay excepciones. Super Soccer, el representante balompédico de aquella espatarrante primera oleada de títulos para El Cerebro de la Bestia, es una de ellas.
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