Los dos primeros Gothic fueron juegos de rol estupendos a los que el tiempo ha tratado excepcionalmente mal. Los motivos: una ambientación de fantasía épica oscura masticada hasta el asco a día de hoy, unos gráficos poligonales de principios de siglo capaces de disuadir incluso a los estómagos más resistentes, un sistema de control (especialmente en lo referido al combate) absurdamente tosco, una tercera entrega tan accidentada que separó a desarrolladores y distribuidores, y una cuarta y última entrega tan mala que caga sobre todo el resto de la franquicia, creando una nube de moscas digitales que hacen imposible ver más allá de semejante despropósito.
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