Resulta que el genial Hydorah de Locomalito, ese señor malagueño del que solo sabemos que hace juegos para regalarlos, ya tiene casi dos años. Yo apenas lo había jugado, pero el demente de ASubaru me picó para hacerlo un poco más a fondo y solo puedo decir una cosa: ¡ME CAGO EN TU VIDA, LOCOMALITO, MALDITO LOCO DEMENTE! Vaya cosa más imposible y más adictiva, que no puedo soltarlo en todo el día. Que me pongo a escribir algo y al rato me veo jugando y muriendo como un cochino en el segundo jefe final de este primo segundo del Gradius y cuñado del R-Type. No es que enganche por su mecánica, que es la más sencilla del mundo en cuanto a «shmup» se refiere, pero es un juego que pertenece, como Super Meat Boy o Dark Souls, al género del «orgullo necio», es decir, aquellos que te enfurecen hasta un límite que no conocías, que eliminas con furia del ordenador mientras te cagas en la nonata descendencia del creador; pero que vuelves a jugar por orgullo y por necedad, pensando que frases como «por mis cojones» o «esta vez sí que sí» sirven de algo.
Hale, casi dos años tarde, pero tenía que hablar un poco de él y se merece un puestito entre las indiegencias de EPI. Y aunque yo también esté algo ausente, sus quiero igual, lectores. Sé que no es recíproco.