Salto a la plataforma. Está oscuro y el guardia que vigila debajo del foco, a tres o cuatro metros de mí, no puede verme. Veo que hay otro soldado más que hace su ronda bajo el andamio. Salto sobre él, le paso la hoja por el cuello y lo dejo como un dispensador de caramelos Pez. Nadie se ha enterado, ni siquiera él. Veo una luz que avanza hacia mí. Es la linterna de otro de los guardias. Voy a jugar con él. Agarro el cadáver de su colega y lo lanzo tan fuerte como puedo para que caiga en su línea de visión. No hay nadie a su alrededor, sólo ha visto cómo el cuerpo de su compañero ha salido de la nada y ha caído a sus pies. Grita y sus compañeros se dirigen hacia él, pero el que aprieta el gatillo ahora es el pánico. Dispara ante cualquier movimiento y hacia el mínimo ruido. Mata a dos guardias antes de que yo le agarre por la espalda y le asesine. Zona despejada.
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