Dishonored es un juego con un personaje mudo que asesina a gente a lo loco, o que los derriba con una precisión quirúrgica; cuya ciudad es un personaje más; donde los escenarios son inmensos, abiertos, están llenos de posibilidades; y donde cada situación puede resolverse de muchas formas, a cada cuál más gris que la anterior. Un DLC del juego del año de esta casa debería ser fiel a esos puntos. El Puñal de Dunwall, el primer DLC centrado en Daud, el asesino de la emperatriz, lo hacía; el segundo, este, Las Brujas de Brigmore, no tanto. Y sin embargo, gracias a otros puntos añadidos, sigue siendo un contenido imprescindible y que enseña mucho sobre qué es un buen juego.
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