Los meses previos a la confirmación del lanzamiento de una nueva consola son realmente excitantes. Más allá del morbo que suscita el aluvión de especulaciones sobre las características técnicas del aparato y la rumorología sobre sus futuros títulos y franquicias, me interesa particularmente la elección del nombre de la consola en cuestión. Babeo imaginando todos los pormenores de ese proceso en el que un puñado de locos creativos y otros tantos calculines del marketing se encierran en un estudio para determinar cómo se va a llamar el producto. De esa labor, aparentemente anecdótica, depende parte de su futuro éxito comercial. O al menos de entrar con buen pie en el mercado; ya que, si bien un nombre atractivo ayuda considerablemente, uno que no lo sea siempre puede ser salvado mediante una campaña publicitaria audaz. Y si la consola es un pepino, sus títulos de lanzamiento mojan hypean hasta al más incrédulo o bien la lanza Nintendo, mejor que mejor.
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