Siempre he sido muy fan de Sonic desde que era pequeño y lo jugaba en Mega Drive durante horas hasta que entraba al cuarto mi señora madre y tiraba de cable para quitarme del vicio de la consola. De los Sonic clásicos jugué a todos incluyendo los de Master System porque se lo chorimangaba a mis primos y el de Game Gear porque me compré la consola, pero los juegos se los chorimangaba a una vecina: supongo que por eso es por lo que ahora no se deja meter ficha en el ascensor. Como Mega CD no la compró ni el tato, el chorimangarle el juego a alguien se estaba volviendo imposible por lo que no me quedó otra que traumarme con esa temprana edad mirando la intro estilo anime (muy hamorosa, por cierto) en una pantalla de El Corte Inglés. Ahora se me ha presentado la oportunidad de comprarlo en PSN y ni me lo pensé.
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FMV, cerca del infierno
Al margen del Filmation que comenté en aquel artículo sobre la perspectiva isométrica, uno de los avances visuales que más to’ loco me dejaron en el pasado fueron los FMV. Ya sabéis, esos juegos íntegramente compuestos por una serie de secuencias de vídeo que se pusieron fugazmente de moda a principios de los 90, especialmente durante el lanzamiento de Mega-CD. La sola idea de interactuar con imágenes reales me parecía algo futurista y revolucionario. Habíamos pasado del Mario de cuatro píxeles a las vertiginosas animaciones de Dragon’s Lair, de disparar contra patos indefinidos a rellenar de plomo a unos vaqueros de pecho palomo que apestaban a sudor de lo über reales que parecían, de empalmarnos con el Cobra Mission o el Strip Poker de turno a masturbarnos tener pseudo cybersexo con Space Sirens y Latex: the video game. Me sentía cerca de la era Blade Runner.