Final Fantasy VII comienza con una escena de vídeo en la que nos presenta una ciudad, Midgar, dividida en sectores muy bien diferenciados y con un enorme edificio de aspecto futurista en el centro. Acto seguido, casi sin darnos tiempo de elegir un nombre para nuestro protagonista, Barret comienza a darnos la chapa sobre la fisionomía de la ciudad, el grupo terrorista bondadoso en el que estáis alistados, y la malvada corporación —Shinra— propietaria del edificio que vimos al principio y de la única fuente de energía capaz de abastecer la ciudad. Con esta información en el saco comenzamos a poner bombas en plantas de energía, a recordar la infancia de Cloud (como para no hacerlo con las tetas de Tifa), a enfrentarnos a enemigos poderosos de Shinra, a comprar y vender productos cual mercachifle de barrio, a travestirnos… Así, hasta que pasadas unas cuatro o cinco horas (dependiendo de la prisa que nos estemos dando) decidimos que la mejor idea es dejarse de bombas en reactores e ir directos al edificio de Shinra para liarse a hostias con todo el mundo y que sea lo que dios quiera.