Nunca me han gustado los juegos de carreras al uso. Soy más un enamorado de esos juegos de conducción arcade donde se permite que una seta o un mono conduzcan un kart o aquel en el que nuestro coche avanza a una velocidad irreal hasta que por un error, nos estrellamos con una de esas vallas de aspecto frágil pero de constitución absurdamente robusta que están atornilladas al suelo de la carretera y que no se moverán por mucho que nos golpeemos con ellas. Cuando Nail’d apareció en el mercado no esperaba que calmara mis ansias de diversión desenfrenada, pero tampoco aguardaba lo que me ha dado.
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