Hace unos años, cuando los bandos de videojugadores se dividían entre SEGA y Nintendo, elegir consola era un tema peliagudo. Más que nada, y más que ahora, porque los que condicionaban nuestra decisión no eran las capacidades técnicas de la consola, ni el color, ni el juego online. Eran (y deberían seguir siendo) los juegos.
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¿Quién me ha quitado los extras?
Año 1.997. Resident Evil. Durante todo el juego, una pequeña habitación situada cerca de la entrada de la mansión permanece cerrada. A medida que vamos avanzando, no hay forma de encontrar una llave que la abra. Pero, al acabar el juego ¡Sorpresa! Se nos da la llave de esa habitación y, al volver a empezar la partida, podemos entrar y conseguir un traje distinto para Chris o Jill.
Volver a empezar
El placer de rejugar
Estamos ante una generación de usar y tirar. Estamos inundados de lanzamientos y raro es el mes que no se publique un aspirante a GOTY, además de otras propuestas interesantes. Por si faltara poco, descubrimos los juegos de importación y los Mercadillos Ilustres y ya la hemos liado: estoy seguro que TODOS tenemos en la estantería (o en el disco duro vía Steam) no solo uno, sino unos cuantos juegos que ni siquiera hemos probado. Por eso, acabamos uno e inmediatamente vamos a por otro, sin darnos cuenta que hemos perdido el placer por rejugar.
Por una Última Pantalla digna
Esta claro que los videojuegos han evolucionado mucho en unos cuantos años, y que hay cosas que los jugadores más veteranos hemos visto nacer y desaparecer para no volver nunca más. Cosas que han sido superadas por la evolución de la técnica y otras que se han adaptado a los nuevos perfiles de jugadores. Cambios que en muchas veces son para bien, pero otras muchas son para peor. Y en este caso, hablaremos de algo que parece destinado a la extinción. Estoy hablando del respeto hacia “La Última Pantalla”