En Baldur’s Gate —y espero que esto no le parezca un «spoiler» a nadie— hay una parte en la que tras una serie de acontecimientos más o menos relevantes debes volver a Candelero, el punto de partida del juego. A raíz de esos acontecimientos, el guión comienza a girar a toda velocidad en dirección a su inevitable y agónico final. Pese a los años, recuerdo la primera vez (de muchas) que llegué a este punto del juego con perfecta claridad. Recuerdo la sensación de fascinación absoluta que me tuvo frente a la pantalla del ordenador durante más de media docena de horas. También recuerdo el dolor de cabeza de después y la incredulidad al mirar el reloj, pero sobre todo la euforia. Pillars of Eternity ha sido el primer juego desde entonces en hacerme sentir eso exactamente. Y no lo tenía fácil.
40