Desde pequeño he sentido cierta adoración por las películas de monstruos que destruyen ciudades. Aplastar edificios de cartón piedra mientras muges ruges me parecía un ideal de diversión y, quizás por ello, además de la candidez y la inocencia, el Galious niño también llevaba dentro un pequeño gran monstruo dispuesto a destruir y aniquilar a las criaturas más débiles. Una excursión al campo sacaba mi lado más godzilesco mientras meaba en los hormigueros, aplastaba escarabajos y orugas, arrancaba las alas a las moscas o tiraba piedras a un avispero. Unos años más tarde, cuando ya casi había olvidado ese instinto destructor, descubrí Rampage y pudo volver a aflorar, esta vez sin consecuencias para los insectos de mi alrededor.
33