Hay varias épocas tanto o más oscuras que el tracto rectal de Rouco Varela dentro del mundo del videojuego. Una de ellas se inicia con la puesta en escena de las consolas de 32 y 64 bits, sucesoras de mastodontes como Mega Drive, Super Nintendo o Neo-Geo, quienes nos hicieron babear durante años con maravillas pixeladas. El caso es que a mediados de los 90 muchos juegos supusieron patadas en los hocicos del buen gusto, y bastantes de los que por entonces parecieron apañados ahora dan la sensación de ser abueletes reumáticos. Sin embargo, Crash Bandicoot emerge entre toda esa maraña de juegos rotos y reivindica sus buenas maneras mientras mira con desdén a la pila de mierda sobre la que se sustenta.
