Los juegos de puzles no son lo mío. Es cierto que se me dan moderadamente bien los videojuegos cuyos personajes se mueven a través de casillas cuadradas o hexagonales, a ser posible por turnos, pero la dura realidad es que los juegos de puzles no son lo mío. Los perros, por el contrario, son totalmente mi mierda. Si hay un buen perro, uno bien simpático, es muy posible que me encuentres ahí, atento, esperando mi momento para acariciar o jugar. Y eso es justo lo que te permite hacer Stick the Plan: jugar con un perro simpatiquísimo, Roberto, a lo largo de una serie de niveles lo suficientemente difíciles como para hacerte fruncir el ceño, pero no tan difíciles como para resoplar fuertemente en desesperación.
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