The Banner Saga me tiene con el corazón partido. El juego de Stoic Studios, financiado a través de Kickstarter por buena gente como un servidor, es un caramelo para los sentidos cuyo escurridizo género cabalga salvajemente entre la estrategia por turnos, el rol, la aventura conversacional, y lo que quiera que fuese Oregon’s Trail. Y eso es maravilloso. El problema, y no me gusta tirar de frases hechas pero lo voy a hacer, es que «el que mucho abarca poco aprieta». Cuando ruedan los créditos de The Banner Saga, estás tan maravillado por todas las cosas buenas que te han puesto delante de las narices, como molesto por todas las que no; y tienes tantas ganas de besar a los desarrolladores en la boca, como de pedirles explicaciones a guantazo limpio.
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