Ser un mono siempre ha estado bien valorado dentro de la cultura contemporánea. Sin ir más lejos King Kong lo petó allá por 1933 y dio lugar a descendientes directos en otros ámbitos como el nuestro, el de los videojuegos, con aquel Donkey Kong de Miyamoto y Yokoi. Lo cierto es que ser un villano secuestra señoritas lo mismo parece un buen plan, pero ser un mono que va metido en una bola como si fuera un hámster XXL no es tan fácil, aunque desde luego gratificante es un rato.
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