Hay ocasiones en las que soy incapaz de entender cómo funciona todo este aparentemente sencillo mundo de los videojuegos. A la crítica especializada, por llamarla de alguna forma y que todos nos entendamos, se le caen los dedos de tanto llorar en portales y revistas que quieren cosas nuevas y no siempre el mismo sucedáneo de Call of Duty o Gears of War —del que por otro lado parecen no hartarse nunca. Al jugador de a pie, el que va a pie a la tienda y determina en última instancia si un juego vende diez copias o diez millones de copias, eso de la innovación le da exactamente igual; solo quiere pasarlo bien en lugares comunes (como ha vuelto a demostrar el éxito de ventas de Aliens: Colonial Marines). Por eso se me escapa que un producto como Binary Domain, que combina tan magistralmente ese «tener algo diferente» con el «esto a mí me suena», se pueda dar un batacazo tan descomunal en ambos frentes y pasar desapercibido de una manera tan obscena.
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