La fobia al aburrimiento

Escrito por en Artículos - 18 enero, 2011

Nos ha tocado vivir en un tiempo acelerado, con el reloj y el calendario azuzándonos de forma continua, desde que el despertador nos ataca por la mañana hasta que nos vamos a dormir con el deseo de que fuese viernes. La sombra del estrés se cierne sobre la gente y a los que les sobra el tiempo quizás les parezca que se van quedando atrás por no subirse al tren de los que tienen la agenda sin espacios en blanco. Desde esos espacios algo nos observa, pero nosotros salimos huyendo y nos refugiamos en uno de los más desapercibidos males de este siglo: el consumismo de ocio.

Cuando alguien habla de consumismo automáticamente nos vienen a la cabeza imágenes de personas cargadas con bolsas de la compra y estampidas en las puertas de los centros comerciales cuando hay rebajas. Para nosotros, jugadores, la imagen que quizás nos resulte más cercana es la de esa serie de juegos que hemos comprado en las ofertas de Steam y que realmente no tenemos ninguna intención de jugar en un horizonte cercano. Hay, no obstante, otro tipo de consumismo, que por no ser de carácter materialista ni necesariamente monetario no lo vemos denostado en los medios de comunicación, que ocasionalmente entre anuncio y anuncio tienen palabras para el otro. Estoy hablando de ese consumismo de ocio, de esa ansia impaciente de entretenimiento con la que convivimos a cada minuto.


Hoy en día se compran videojuegos como el que va a comprar fruta.

Necesitamos hacer algo, hacen una pausa en la película para la publicidad y ya estamos buscando otra cadena para seguir viendo algo. Saltamos de un blog a otro, de un juego a otro, sin pararnos a degustar lo que estamos consumiendo, sin reflexionar para convertir lo vivido en experiencia; somos glotones del ocio. Si hubo un tiempo en el que los niños jugaban más en la calle no es porque fuesen más sociables sino porque, aparte de que había menos coches, no había alternativas. Si antes la gente que podía leer, leía, y ahora que todo el mundo puede, no muchos lo hacen, no es porque los que antes sabían leer y escribir fuesen más intelectuales, sino porque no tenían tantas alternativas. Y no es sólo una cuestión de posibilidades de ocio, sino de inmediatez; podemos libranos del aburrimiento a golpe de clic. La variedad de la oferta y la rapidez con la que accedemos a ella han invitado a este monstruo del consumismo a que ponga pie en el mundo.

En principio no hay nada de malo en que uno tenga tanta facilidad para aprovechar el tiempo de diferentes formas; el problema surge después, cuando nos acostumbramos a esas comodidades. Llegamos del trabajo o de la universidad cansados y lo que queremos es relajarnos, lo que queremos es distraernos, pero una vez que empezamos ya no podemos parar, seguimos buscando distracciones de forma compulsiva porque ya somos esclavos, hemos caído en la fobia al aburrimiento, ese infame estado que nos miraba desde los espacios en blanco de la agenda. En el terreno de los videojuegos esto se traduce en el auge de los juegos casual y el aumento de la facilidad. Si un juego es serio, que sea fácil; si es difícil, más le vale ser ligero, porque lo último que queremos es ocupar nuestro tiempo en algo que exija un cierto esfuerzo mental o emocional cuando podemos dejar la mente en blanco y dejar que sean las manos y los reflejos los que tomen el control.


Hello World, ficticio ejemplo de juego ligero que conquista el mundo.

El aburrimiento está demonizado, pero no es algo negativo. Huimos de él como quien tropieza por un terraplén, que tiene que seguir dando pasos acelerados con el fin de no estamparse, así nosotros vamos pasando de un entretenimiento a otro con el fin de no aburrirnos. Es una fuerza motora que puede hacernos avanzar, pero si estamos tan preocupados en escapar de él que no nos tomamos tiempo para reflexionar, deja de ser constructivo y se convierte en fuente de ansiedad. Para exprimir todo el jugo tenemos que seguir apretando, si acabo una película y comienzo otra al instante la primera no se asentará adecuadamente en mí, cerrar un libro y abrir otro sin detenerse a revivir lo leído desvirtúa su valor. Con los juegos pasa lo mismo, una cosa es que nos atrapen y estemos ansiosos por pasar a la siguiente pantalla, capítulo, arco argumental… y otra es que utilicemos nuestro avance para perder de vista lo recorrido, desvaneciéndose el auténtico progreso.

Verdades de Perogrullo: Los libros son para leerlos, las películas para verlas y los juegos para jugarlos. He escuchado muchas veces, varias de ellas en este blog, que los juegos son para divertirse. Error. Los juegos son para lo que sus autores quieran que sean. El juego es un medio, su propósito es ser jugado; un juego es una idea, una obra que toma forma dentro de ese medio, y que puede tener cualquier propósito. No estoy diciendo que los juegos tengan que ser aburridos, lo que digo es que hemos entronizado la diversión, especialmente la ligera, y es absurdo cómo se ha acabado convirtiendo en una especie de valor supremo, cuando lo cierto es que se pueden ofrecer otras cosas, también valiosas, si tan sólo ponemos algo de nuestra parte, empezando por dejar que nos las ofrezcan. No hay que tenerle miedo al aburrimiento o a que algo nos suponga un cierto esfuerzo en lugar de un ocio cómodo y fluido, quizás descubriremos ideas que son interesantes y que vale la pena recordar pese a que cueste masticarlo, mientras que un entretenimiento adictivo puede ser simplemente una forma de matar el tiempo que, más allá del momento en el que se juega, no deja ninguna huella. A la hora de juzgar algo hay que tener en cuenta el fin para el que se ha creado. En el mundo de los videojuegos habrá criterios omnipresentes, como es el de la jugabilidad, pero la diversión sólo es el máximo valor si se pretende que así sea. Me gusta que un juego sea divertido, es lo que busco generalmente al igual que el resto del mundo, pero hay que estar abiertos a otras sugerencias y, sobre todo, si no nos interesan al menos comprender que es normal que haya quien tenga otras inquietudes y otros intereses. Descalificar algo por los motivos equivocados empobrece el potencial de un medio.

The Endless Forest
No será del gusto de todo el mundo, pero un juego puede exponerse en un museo.

Sé que mi opinión en este aspecto no es precisamente compartida, pero si un autor de videojuegos quiere hacer una obra de arte y enfoca sus creaciones bajo la perspectiva de que uno no va a un museo a divertirse mirando un cuadro de El Bosco, pues es un punto de vista respetable. Si después a nadie le interesa lo que ha desarrollado ya es otra cuestión que nada tiene que ver con la validez de su postura. En cuanto a la fobia al aburrimiento, poner un poco de esfuerzo en lugar de caer en la distracción fácil es lo mejor a la larga, por más que caigamos una y otra vez en puros pasatiempos mientras tenemos alternativas más enriquecedoras pero que no son compatibles con dejar la mente en blanco. Dicho todo esto, me voy a guardar las gafas de pasta en un cajón y a echar una partida a Peggle.

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