No es indie todo lo que reluce

Escrito por en Artículos - 15 septiembre, 2011

indie
No es ningún secreto a estas alturas de la película que a un servidor la escena de videojuegos independientes le gusta bastante. Muchos pensáis, posiblemente, que soy de esos que miran con asco a los grandes lanzamientos de EA y Activision mientras se pasan las horas muertas en Kongregate sacando logros de juegos en flash de los que nadie ha oído nunca hablar. Pero no es así, os lo aseguro. No es así porque una cosa es disfrutar de la gran oferta de videojuegos independientes y en su mayoría gratuitos que hay en Internet, y otra muy diferente ser ciego o rematadamente estúpido. Yo, pese a que algunos penséis lo contrario, no me considero ninguno de las dos cosas, y por eso, con ayuda de este texto, voy a intentar no sólo demostrar que dentro de los videojuegos independientes no es oro todo lo que reluce, sino que hay que saber diferenciar la mierda de cabra del caviar. ¡Que esto es como los vinos, oiga!

En primer lugar, a la hora de valorar un juego independiente, y no hablo de ponerle una puntuación y hacerle un análisis sino simplemente de tenerlo en consideración, hay que tener en cuenta un factor muy importante que a veces tiende a pasarse por alto: el precio. Usted no le exige lo mismo al hombre que está tocando el acordeón en la plaza de su pueblo, que a la orquesta sinfónica por la cual ha pagado una entrada de treinta euros. De hecho, no sólo no lo hace sino que bajo ningún concepto debería hacerlo. Pues de la misma forma, me parece fundamental entender que no se puede y debe esperar lo mismo de un título distribuido de forma gratuita, que de un producto puesto a la venta a diez euros. Indirectamente, el segundo nos está dando a entender que su obra tiene la calidad suficiente como para ser merecedora de nuestro dinero, mientras que el primero nos dice simplemente «esto es lo que he hecho y mí me gusta, si a vosotros os gusta bien y si no también«.

Ahora bien, con esto no quiero decir que a los juegos gratuitos se les deba perdonar todo, si es una mierda es una mierda y punto. Con esto lo que trato de decir es que hay que ser más exigente con los títulos independientes por los que sí nos cobran dinero. Porque qué queréis que os diga, pero RunMan: Race Around the World es bastante mejor plataformas que la mayoría de mierdas independientes que podemos comprar en los servicios de distribución digital de Sony y Microsoft o Steam. Y eso, teniendo en cuenta que la cosa está mu malita (o al menos eso nos gusta decir a todos, que después vamos comprando varias Nintendo 3DS de salida), debería ser un punto muy a tener en cuenta. O lo que es lo mismo, antes de pagar treinta euros por escuchar a la orquesta de turno, pásate por la plaza del pueblo a ver si algún perroflauta está tocando algo que te guste, que quizás te lleves una sorpresa y todo.

Dicho esto, también hay que ser crítico con los artistas callejeros. Una cosa es perdonarles defectos porque toquen en la calle de manera altruista, y otra muy distinta aguantar de pie ante cualquier mierda de melodía que intenten colarte por los oídos. Llegados a este punto es cuando se vuelve algo más difícil diferenciar la mierda de cabra del caviar o, dicho de una manera algo más refinada, separar el grano de la paja. Aquí cada uno tiene su propio método y todos son válidos. Para algunos, cualquier juego en el que no se peguen tiros o se salte será una puta basura. Para otros, si no hay diálogos complejos y varios finales el juego no merecerá la pena. Y unos pocos más, entre los que me incluyo, buscarán sencillamente una experiencia diferente que les resulte estimulante en algún aspecto. Por desgracia, ni para los más tolerantes será todo «jijís» y «jajás». No voy a poner ejemplos concretos porque tan sólo os estaría haciendo perder el tiempo, pero hay montones de videojuegos independientes que hasta para mis sensibleros ojos resultan infumables.

Una mecánica minimalista que roza el absurdo no es problema, total, ahí tenemos Metal Gear Solid o L.A. Noire, dos grandes títulos en los que nos pasamos más de la mitad del juego sin hacer nada con los mandos o el teclado. Una historia absurda o directamente mala tampoco es necesariamente un inconveniente, y si no que se lo digan de nuevo a Metal Gear Solid, que de eso sabe un rato. Ni siquiera un mal apartado gráfico o un pésimo diseño artístico supone un escollo para un juego independiente. El problema, no obstante, viene cuando la conjunción de todos estos elementos, siendo mejor o peor, es incapaz de transmitir algo interesante. Un buen ejemplo de unos elementos que, por separado, aparentemente parecen funcionar pero que al juntarse fallan estrepitosamente, lo encontramos en el título que da imagen a la cabecera del artículo: Limbo. En este caso, pese a que visualmente el juego nos transporta a un mundo fascinante y la mecánica funciona, el juego yerra miserablemente a la hora de regalarnos la más mínima sensación. Visualmente impacta, sí, pero la mecánica nunca sorprende y en ningún motivo llegamos a sentir nada por el muchacho.

Al final, con los indies pasa como con cualquier otro juego que nos podamos echar a la cara, que los hay malos y buenos. La diferencia, muy sutil en algunos casos, es que muchos de estos títulos no necesitan ser particularmente divertidos para «ser buenos». A un juego de pegar tiros no le queda otra que dar diversión directa al matar enemigos porque de lo contrario apaga y vámonos, pero a uno cuyo objetivo es hacerte llegar un mensaje sobre lo efímera que es la vida no le resulta necesario divertirte por el camino, porque no es su objetivo. Por lo tanto, pese a que en tu ignorancia puedas pensar que todo videojuego, por definición, tiene que mantenerte en un estado de diversión permanente, no es así. Y pese a que precisamente por este hecho, muchos terminan siendo una puta mierda aburrida y con la misma profundidad que un charco, otros tantos no lo son. Y esos, queridos amigos, son los que intento hacerles llegar con las indiegencias.

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