The Walking Dead

Escrito por en Artículos - 23 noviembre, 2012


The Walking Dead no es un videojuego de zombis. The Walking Dead es un videojuego de personas. Los protagonistas de esta historia —completamente distinta de la del cómic o la serie— no son los zombis, como sí sucede en muchas otras obras en los que los no muertos más de moda del mundo del videojuego hacen acto de presencia. Los protagonistas de esta historia son el atormentado Lee Everet, la pequeña y adorable Clementine, el peculiar «redneck» Kenny, y muchos otros supervivientes que a lo largo de los cinco episodios de los que se compone la temporada van compartiendo sus experiencias con nosotros, y enriqueciendo una historia que siempre gira en torno a la —decadente— humanidad de sus personajes.

La humanidad, o lo poco que queda de ella cuando ves que absolutamente todo lo que te rodea se está yendo a la mierda, es precisamente lo que lleva a Lee Everet, el protagonista de esta primera temporada, a seguir siempre adelante. En su caso este atisbo de humanidad tiene ocho años y los ojos color miel. Su nombre es Clementine. Desde el principio Lee encuentra en ella un motivo por el que vale la pena luchar, por el que rendirse ante la adversidad no es una opción. Y el jugador, al que Telltale consigue magistralmente meter en los calcetines de Lee desde la primera media hora de juego, aprende por la vía rápida que el único objetivo del juego es darle un día más de vida a quien sabe que le está dando un día más de vida a nuestro avatar. Todo lo demás viene después. Y lo que está en un segundo plano para Lee, queda relegado inevitablemente a un segundo plano para el jugador. Siempre hablando desde el punto de vista narrativo, claro.

Por suerte, el segundo plano de The Walking Dead está compuesto por un elenco de personajes que en mayor o menor medida consigue hacerse un hueco en el corazón del jugador. Cada una de las personas a las que vamos encontrando en nuestra odisea de supervivencia es distinta y tiene sus propias motivacaciones, pero comparten un objetivo común: sobrevivir. Este deseo, tan primitivo como necesario, es el que da pie a algunas de las situaciones más tensas de la temporada y sin lugar a dudas a los mejores momentos del videojuego. Todo son risas hasta que hay que actuar rápido, tomar decisiones, y escoger entre tu pellejo, el de un familiar o el de un simple conocido. Todo son risas hasta que la supervivencia de una persona choca frontalmente con la de otra. Todo son risas hasta que tenemos que poner en una balanza las risas de unos y los gritos de dolor de otros.

El mejor ejemplo de esto que comento lo encontramos en el personaje de Kenny. Este señor bigotudo con pinta de ranchero americano del sur profundo se convierte en lo más parecido que Lee tiene a un amigo. Y lo que los une es lo mismo que en ocasiones está a punto de separarlos: la supervivencia de sus seres queridos. Kenny tiene una esposa y un chaval joven, Lee una suerte de hija adoptiva. Ambos demuestran una y otra vez que lo darían todo por sus respectivas familias, incluido al otro si fuese necesario. Eso no hace sino unirlos aún más. Y lo mejor, lo que resulta casi mágico de todo esto, es que les entiendes perfectamente a ambos. El juego consigue transmitirte ese egoísmo primario de «primero lo mío, luego lo tuyo» de tal forma que todo lo que sucede, que en condiciones normales podría resultarnos atroz, parece perfectamente lógico. «Primero Clementine, luego el resto de la humanidad». Así terminé pensando yo. Y así posiblemente terminó pensando Lee.

Como ya comenté en su día al hablar del primer episodio, la mecánica de The Walking Dead es bastante minimalista. Quedarse atascado es prácticamente imposible, y el videojuego que primero viene a la mente al hablar del plano jugable posiblemente sea Heavy Rain, que como puede que recordéis no es precisamente una de mis aventuras preferidas. La diferencia fundamental, y lo que traza una línea insalvable entre ambos juegos, es que donde Heavy Rain es absolutamente incapaz de involucrar al jugador, The Walking Dead consigue que te sientas parte activa de todo lo que está sucediendo. Cuando un personaje sufre, tú sufres; cuando un personaje ríe, tú ríes; y cuando un personaje muere, una parte de ti se va con él. Es más, si Clementine llora ve sacando los pañuelos, porque vas a llorar. Tal es la implicación emocional que Telltale logra con su personaje.

The Walking Dead es una experiencia única en el mejor sentido de la palabra. Pensar en su última media hora todavía hace que frunza el ceño y se me pongan los ojos vidriosos. Y aunque solo han pasado unas horas desde que lo terminé, sé que el de «No Time Left» (nombre del quinto capítulo de la temporada) es de esos finales que se me va a quedar ahí, junto a los más grandes, incrustado en el corazón y provocando una herida abierta que de vez en cuando goteará al recordar las historias de Lee Everet, Kenny, su esposa Katjaa, su hijo Duck, la bella Carley, la entrañable pareja formada por Christa y Omid, o el tontorrón de Ben. Pero sobre todo al recordar la historia de la pequeña Clementine. La pequeña y dulce Clementine.

El primer GOTY de Wii U

Análisis: Hotline Miami