Goonies japoneses

Análisis: Attack of the Friday Monsters! A Tokyo Tale

Escrito por en Análisis - 20 abril, 2014

En las tiras de Calvin y Hobbes, el titanazo de Bill Watterson se marca unas acrobacias narrativas y emocionales complejísimas que lo convierten, en mi humilde opinión, en uno de los mejores tebeos que se han hecho jamás. Watterson retrata con una ternura extraordinaria el juego infantil y traslada al lector a los universos imaginarios de Calvin y a sus conversaciones con Hobbes. Esas charlas con el tigre de peluche y ese mundo interior del niño están contados con tanto talento que se sienten reales. De alguna forma, volvemos a ser niños. Al mismo tiempo, el autor nos invita a analizar lo que ha sucedido desde los ojos de un adulto y nos castiga con la idea de que nunca podremos volver a ver a mirar el mundo como Calvin.

Esta idea está también presente en Attack of the Friday Monsters! A Tokyo Tale, un juego de Kaz Ayabe para el pack Guild02 que llegó a España en forma de título descargable para 3DS. El juego nos cuenta la historia de Sotha, un chaval del Japón de mediados de los ochenta que vive en un pueblecillo donde cada viernes, en prime time, aparecen los kaiju.

En lugar controlar al lagarto radiactivo o al ultramán de turno para pelear con llaves de lucha libre ortopédicas mientras destrozamos una ciudad de cartón piedra, nos metemos en la piel del crío que se sube a una colina y observa aterrorizado y fascinado cómo los dos bicharracos de trescientas toneladas intentan matarse a puñetazos. Se trata de una historia diminuta en la que, de fondo, podemos ver el gran relato del héroe que salva el mundo.

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En Attack of the Friday Monsters, Sotha y sus amigos echan una tarde de viernes investigando las apariciones de monstruos en su pueblo. Cada pista que se encuentran, se interpreta desde dos ópticas distintas: la de los niños, que interpretan las pruebas con el entusiasmo y la inocencia de quien está convencido de la existencia de los monstruos; y la del propio jugador, que como adulto sabe interpretar señales y sacar conclusiones que a los niños se les escapan. La mención a Calvin y Hobbes al principio del texto venía a cuento porque Ayabe consigue que el jugador adulto se empape de esos razonamientos infantiles, que se contagie del entusiasmo de los crios, que desee que toda la historia sea verdad y que, por momentos, se pregunte dónde termina la realidad y dónde comienza la ficción.

La narración y la exploración llevan casi todo el peso en las cuatro horas escasas que dura el juego. Aún así, los pocos elementos jugables de Attack of the Friday Monsters encajan a la perfección en el retrato de la infancia que hace este título, porque se enmarcan en los juegos de niños con los que se distrae el grupo de amigos. Básicamente son un juego de cartas coleccionables de monstruos que funcionan como una especie de piedra-papel-tijera a cinco bandas y unos conjuros que se lanzan entre ellos cuando pierden a las cartas. Las cartas se van encontrando desperdigadas por el mapa y los conjuros son una serie de palabros japonoides que no terminé de entender. Supongo que a los chavales tampoco tampoco les importa demasiado que un tío con barba no se entere de nada.

Esto puede provocar que muchos lo acusen (y con razón, tal vez) de ser «poco juego» o, directamente, de no ser un juego. No quiero meterme demasiado en ese debate. Aquí siempre defendemos que las mecánicas deben mandar y que el guión debe plegarse a ellas, pero también nos hemos vuelto locos con juegos como The Walking Dead, Gone Home, The Stanley Parable The Wolf Among Us. Cuando lo jugable se sacrifica sin convertir al jugador en un simple espectador y por algo que realmente merece la pena, no nos molesta tanto. Ese es el caso de Attack of the Friday Monsters: fuera del juego de cartas, nuestras acciones y nuestras decisiones apenas se limitan a explorar el pueblo de Fuji no Hana, hablar con sus habitantes, hacer algún recado y resolver algún acertijo sencillo. Sin embargo, es fácil encariñarse con ese grupo de Goonies nipones que son Shota y sus amigos para volver a experimentar a través de ellos esa sensación de aventura que solo surge cuando los niños se montan sus películas.

La nostalgia abunda en los juegos actuales. Desarrolladores indis y no tan indis acuden a menudo al pixelazo, a la música chip y al sabor a arcade en sus juegos. Attack of the Friday Monsters, en cambio, no hurga en la relación del jugador con los videojuegos hace veinte años. Apela a la nostalgia de una forma bien distinta, tocando sentimientos (más o menos) universales de la infancia. Uno de los argumentos más contundentes de este soberbio artículo de John Tones sobre por qué jugamos a videojuegos es que «puedes ser Batman». Con Attack of the Friday Monsters puedes volver a ser niño durante cuatro horas. Puta magia.

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