Sí, señoras y señores. Como escribió Andresito, hemos vuelto a casa. Si todo continuara igual que hace 10 años hubiera respondido a su llamada como si fuera la Almenara de Gondor, buscando un juego regulero entre mi colección o pillando el de Gollum en el Mercadillo Ilustre para deleitaros con un análisis C2C. Pero durante estos años de inactividad ilustre, la vida ha seguido su curso e, inevitablemente, hemos cambiado. Me avergüenza no poder ofreceros lo que antes os daba… Me han arrebatado mis consolas…
Bernat nació en 2015. Recuerdo estar jugando a Bayonetta 2 mientras él dormía la siesta a mi lado. Esperaba que esa WiiU contara con un catálogo a la altura de Nintendo para cuando tuviera edad para coger un mando. Me equivoqué. Me equivoqué mucho. Biel nació en 2018. El 1 de enero de 2018, para ser más exactos. Aprovechamos la coyuntura navideña para que los Reyes Magos trajeran a casa un iPad para mamá y una Switch para papá. Esa Switch ya no me pertenece.
Poco a poco, notaba como mis hijos se interesaban por esos monigotes que salían por la tele cuando papá se sentaba en el sofá. Les sorprendía apretando algún botón o moviendo los joysticks cuando no miraba. Hasta llegué a pensar que llevaban el Arcade en la sangre cuando metieron 25 céntimos en el lector de la PS4. El confinamiento de 2020 fue el pistoletazo de salida para que dejara a mi hijo mayor empezar a coger confianza con el mando.
Fue con esa Switch navideña, que hasta entonces había sido solo para mí, y el fabuloso plataformas Rayman Legends con el que empezamos a jugar juntos. Él moría y se despatarraba de risa viendo morir a los personajes, mientras yo intentaba avanzar en el juego. Así teníamos más fases para elegir. Poco a poco, Bernat fue cogiendo soltura y gusto por la canción «Black Betty» de Ram Jam, que para él sigue siendo la canción del Castillo Rockero.
El siguiente escalón fueron los videojuegos de Lego. Vidas infinitas, cooperativo local, humor facilón y cientos de muñequitos para desbloquear resultan ingredientes ideales para disfrutar con los más pequeños de la casa. Da igual nos hacemos el superhéroe con los personajes de Marvel y DC, si repasamos la filmografía de Pixar encarnando a la familia Parr de Los Increíbles, huimos de dinosaurios en Parque Jurásico o aprendemos artes marciales en la ciudad de NinjaGo… Todo vale. Horas y horas destruyendo escenarios, montando y desmontando cachivaches y recogiendo fichas para desbloquear todo lo desbloqueable y notar como el afán coleccionista de tu hijo se le sale por los poros… Los dos millones y medio de piezas que recolectamos para conseguir a Thanos en Lego Marvel Avengers dan fe de ello… ¡No paramos hasta conseguir el platino!
Entonces yo era el Player One y él el Player Two. Cuando no compartíamos un juego, él se dedicaba a deambular por mis partidas acabadas de Super Mario Odyssey o del remake del Zelda-Link’s Awakening, solo por el mero placer de explorar y jugar. Pero sucedió lo inevitable y Biel, el pequeño, empezó a interesarse en las maquinitas.
Las pasadas navidades, para sorpresa de todos (mamá incluida), los Reyes Magos trajeron la PS5 a casa. Hasta entonces, la experiencia de mi hijo menor en el ocio electrónico se limitaba a apps de alimentar gatitos, pintar con los dedos y ver el video de Baby Shark en bucle. Pero ver como aparecían Bob Esponja y Patricio Estrella en la tele mientras se instalaba el sistema fue el estímulo que necesitaba para agarrar un mando. Por eso, el juego que estrenó esa PS5 no fue God of War: Ragnarok, Horizon-Forbidden West ni Elden Ring… Fue Nickelodeon All-Star Brawl.
En esa PS5 mis hijos han hecho otro gran descubrimiento: Astro’s Playroom. El juego de ese simpático robot ha resultado ser una herramienta estupenda para familiarizarse con el mando, además de un repaso alucinante a la historia de Play Station. Aunque en este caso solo he ejercido como espectador, cada vez que hallaban robots con disfraces de otros juegos me preguntaban «Papá ¿qué juego es éste?» y yo les explicaba mis batallitas sobre esa mantarraya o ese dinosaurio tan mal hecho que aparecía como enemigo final. Me encanta ver cómo tienen curiosidad acerca del mundillo y sus personajes y que los juegos no sean solo algo con lo que pasar el rato para olvidarse de ello cuando la pantalla se apaga.
Cuando estaba a punto de adoctrinar a mis hijos con Lego Star Wars, con la esperanza que así iban a apreciar más mi saga fantástica favorita, llegó el mes de abril y el suceso que lo cambió todo: la película de Super Mario Bros. Era la tercera o cuarta vez que Biel iba al cine pero era la primera vez que no se dormía o se aburría a media película… Con la peli de Super Mario ni parpadeó. Desde ese momento, Nintendo es su Dios y Super Mario su profeta, aunque él se identifique con Luigi porque también es «el hermano»…
Al volver a casa, hubo carreras para coger la Switch y ponerse otra vez con Super Mario Odyssey. Estamos en agosto y seguimos ahí: Super Mario 3D World, New Super Mario Bros U-Deluxe, Luigi’s Mansion 3, Mario Kart 8… La familia del fontanero está acaparando casi todas las horas de juego desde entonces. Mi papel se reduce cada vez mas a ser mero espectador o un árbitro en momentos de conflicto, aunque siempre hay momentos para partidas a tres con ellos, sea recorriendo el Reino Champiñón o en frenéticas carreras de karts. Poco a poco noto que su destreza va mejorando y los momentos de «Papi, pásame esto, que me matan mucho» son cada vez menos frecuentes. Mis polluelos están aprendiendo a volar, y eso en parte me da miedo.
Para mis padres, los «marcianitos» eran casi una droga peligrosa que licuaba el cerebro y que debía racionarse en pequeñas dosis. Los que llevamos toda la vida con un pad en las manos sabemos que no es así, pero también sabemos que no todo son ventajas y los videojuegos también tienen sus inconvenientes. Los tenían hace 30 años y los tienen ahora, aunque sean distintos. Hemos tenido que lidiar con la baja tolerancia a la frustración, intentando que no hubiera dramas ni pataletas cuando se pierde o a la hora de apagar la consola. Se han puesto límites y horarios; que papá sea un aficionado a los videojuegos no significa que haya barra libre en casa y que se pueda jugar desde que se levantan hasta que se acuestan. Procuramos en casa los videojuegos no sean un sustituto del chupete, porque «así están tranquilos y no molestan», que tengan tiempo de ocio digital pero que también sepan entretenerse de otras formas. Y eso a veces no es fácil.
Sin embargo, no son esos los inconvenientes que más me preocupan. Para muchos chavales, no existen juegos más allá de Fortnite, Minecraft o Among Us. El algoritmo de Youtube no deja de recomendarles videos de esos juegos, combinados con creepypastas de baratillo hechos en Roblox. Incluso un juego que al principio me parecía inofensivo como Stumble Guys rezuma el veneno de la ludopatía. Inculcar los juegos de azar y la monetización con jueguitos de colorines y gráficos simpaticotes me parece una maniobra de villano de película. Algo falla cuando es más importante conseguir una skin mítica en la ruleta diaria que divertirse echando unas partidas. Y no abramos el melón del grooming o de las compras compulsivas cogiendo la Visa de papá.
Por todo eso, intento guiarlos en un consumo más sano de videojuegos. Intento que conozcan la cultura y la historia de los videojuegos. Que para ellos sean algo más que obtener lootboxes y coleccionar aspectos. Que sepan disfrutar de una buena historia o que se sientan más orgullosos de superar un reto con habilidad que pagando 5 € para desbloquear el pase mensual. Que noten que algo falla cuando un juego pide constantemente dinero o ver anuncios para conseguir algo a cambio. Que la diversión es más que simple acumulación de gestos de victoria.
Sé que en algún momento tendré que pasar por el aro. Que, más tarde o más temprano, dejarán de idolatrar a papá Galious para considerarme casi un extraño que no tiene ni puta idea de nada. Ese día ya llegará, pero por ahora seguiré disfrutando de su aprendizaje, de ver como rebuscan entre los juegos de NES y Super NES del Switch Online mientras me preguntan si alguna vez había jugado a este juego de dinosaurios. Pienso disfrutar cada minuto que pase con ellos.
Muchas veces, cuando veo a alguien publicar en Twitter (sigo llamando Mr. Proper al Don Limpio, estoy yo para llamar X a Twitter) una de esas «divertidisimas» camisetas o tartas de boda que relacionan el matrimonio con el Game Over, me apetece contestar «No tienes ni idea. Tu vida de gamer no acaba cuando te casas». El cambio no llega cuando te casas con la persona que amas, sino cuando llegan los hijos. Ahora juego en una semana, o en un mes, lo que jugaba hace 10 años en una tarde. Pero no lo lamento ni lo echo de menos.
En el primer párrafo de este artículo mentí. No me han arrebatado las consolas. Se las he dado a mis hijos. ¿Y sabéis qué? No me arrepiento en absoluto. Me lo paso mejor jugando como papá.
Joe, ni a posta este artículo.
Desde mi recién estrenada paternidad pienso mucho en como será la relación de Emma con los videojuegos (ahora de momento lo único que hago es aprovechar los momentos que me deja de escaqueo para jugar al Baldurs xD) y en cómo adaptar mi ocio cuando crezca, de momento la intento adoctrinar diciéndola «seeega» todo el rato a riesgo de que sea su primera palabra en algún momento y su madre pida el divorcio.
Espero que vaya más o menos como tú cuentas, pero aquí no hay planes de traer un player 2 a la casa jaja.
Cuanta razón en un solo post… Yo desde que nació la mayor (bueno, más desde que «reconoce» cosas en la pantalla»), no puedo jugar a según qué cosas en la tele (MK11, God of War, Dark Souls,…). Decidí comprarme la Switch precisamente para poder seguir jugando sin usar la tele y poder ir introduciéndole los videojuegos de una forma más amigable que viendo Fatalities.
Hace poco, la mayor, ya con 3 años, se puso a mi lado con su mando de juguete a ver como jugaba a Breath of the Wild. Y se lo pasaba pipa guiándome o diciéndome que «donde va el caballo, si no va a entrar en el santuario». Todavía no vive esa dualidad mando-controlar lo que sale en la tele, pero al menos parece quedarse un poco embobada y no le provoca rechazo.
Ayer dí un paso más y le puse (gracias al bendito PSPlus Extra) el juego de la Patrulla Canina en la PS5, exclusivamente para que jugara ella. Y le dí el mando para que fuera haciendo. Si bien no coordinaba mucho (toca flecha pero no con la consciencia de que las flechas indican hacia donde va el perrete), sí que iba haciendo alguna acción que ha visto en la serie o saltando para ver como saltan los perretes. Sólo estuvimos un rato, pero fue suficiente para explicarle a su madre con los ojos ilusionados que había estado jugando a videojuegos con papá.
Ahora con la segunda (10 meses), sí que es cierto que he tenido, como dicen ahora, mi «last dance» con los videojuegos amortizando la PS5 con la baja de paternidad y puliéndome GoW Ragnarok, Horizon y alguno más. Pero la experiencia de ver como se ilusionan y van cogiendo curiosidad por los hobbies de papa, es algo que no tiene precio.
Ya lo había intentado antes con sobrinos, pero, si bien puedes inyectarles la semilla jueguil, no vives la misma experiencia que si son sangre. Es pronto para que tengan sus propios juegos o, quién sabe, quizás llega un punto que diga «no me gusta», pero mientras tanto, disfrutaremos.
Yo también he pasado por esto. Esta experiencia sería la mía (incluida la fascinación por el Rayman Legends) salvo porque mi hijo es cinco años mayor, y en efecto he entrado ya de lleno en la fase de «papá, no tienes ni puta idea». Bueno, y que he procurado que no sea muy consolero y no lo es, pero es algo mucho peor: es un adicto al móvil.
Y hay una cosa en la que he fracasado, aunque no sé si tenía alguna oportunidad de victoria: los juegos con historia le interesan menos que cero. Que por otro lado lo entiendo porque, si te paras a pensarlo, la historia del 90% de los videojuegos es bastante prescindible, por no decir que es una porqueria. Además algo que me preocupa es que no disfruta con la gran variedad de juegos que están a su alcance, sino que se apalanca con cuatro juegos que tienen «dominio cultural» en Youtube y no sale de ahí, aunque el consuelo es que tienen un fuerte componente creativo o de crear tu parcelita con tus cositas, Minecraft y Roblox sobre todo, y Stardew Valley aunque también destructivo/sandbox (Teardown, Garry’s Mod, Streets of Rogue, BeamNG.drive), y de supervivencia (Don’t Starve Together, Raft)… Los viejos juegos arcade y los AAA típicos que ocupan mis preferencias no le interesan apenas, son «los juegos de papá», cosas de viejos que le cansan enseguida, igual que el rock que escucho es «la música de papá». Bueno, lo normal. Pero es curioso que lo que en su infancia nos unía ahora en cierto modo es lo que nos separa.
Sé que llegará el momento en que el patio del cole será más importante que la influencia de papá. Yo solo pretendo que, llegado ese momento, al menos hayan probado algo más que lo que le recomienda el algoritmo o lo que juegan esos niños rata gritones que ven en youtube…
Y lo del móvil, también lo temo… En los juegos para móviles priman los elementos de adicción (ruletas, lootboxes, micropagos, pases de temporada) antes que la diversión con el juego en sí y me parece hasta peligroso… Pero también creo que es difícil luchar contra ello sin pasar por un papá cascarrabias.
Bravo Galious, da gusto leerte.
Te entiendo en el temor de los juego de móvil y el riesgo de la ludopatía, pero pienso que es algo que no debemos esconder, yo por lo menos lo que he hecho es hacerle ver a mi hijo que gastar el dinero tiene un precio, el tiene su paga si quiere gastarla en esos juegos adelante, pero luego no quiero caras tristes de no tengo dinero para comer pizza o salir con mis amigos o ir al cine etc, yo le he hablado de que el dinero tiene un valor y el decide cual es el precio a pagar. Así como le estamos hablando de los riesgos de los lootboxes y si no lo controlas en lo que puede desembocar, mientras que aprendamos a convivir con ello y hacerle ver a nuestros hijos el riesgo creo que todo ira bien, gran articulo, mola esta nueva dirección de EPI mutando a ElPapiIlustre.
Me ha encantado el articulo. Me alegra que vuelvas. Y lo siento por ti por la Switch, pero me alegro por tus hijos xD
No tengo crios. Pero si una amplia experiencia en que me ha tocado cuidarlos, darles clases y, por supuesto, jugar con ellos a la consola. Se que no es lo mismo que ser su padre. Por su puesto. Pero abrevio porque si no daria para un buen texto. Esto es para todos los padres y madres tambien. No es facil lo de los limites. Y si, aunque seas abanderado de las consolas, los niños y niñas tienen que aprender a controlarlo no que les controlen a ellos. Ademas del tema de pantallas y chavales mucho tiempo no es bueno. Me jode pero me alegro que mis padres lo limitaran y es muy necesario. Hay que abrir horizontes y que tengan perspectiva para elegir y probar. Es dificil y hay que ceder a veces. Se paciente que van a tener muchas etapas. El miedo en pequeñas dosis porque si no meterias a los hijos en una cueva y de alli no saldrian. Papa sera el mesias y un hereje en otro momento. Y juegue al o que juege (o no juegue tu hijo) has estado ahi. Que la vida tiene mas parcelas aunque esta nos guste mucho.
A todo esto. Esta tarde voy a ver a unos amigos que va a ser entrar por la puerta se me pegaran sus hijos como lapas. Costara que me dejen y hablar con los padres. Pero sera un buen momento para educar y que sepan que hay que estar un rato con cada uno.
No dejes de escribir siempre que tengas ganas y puedas.
<3 <3 <3
La frustración por perder es lo que a mí me hizo perseverar y lo que hace a mi hija abandonar cualquier Mario plataformero :(
Sin embargo jugar en la arcade le encanta, lo que es un sinsentido porque no hay partida más efímera que esa, supongo que es el formato vintage lo que le atrae.
Si que ha cambiado este EPI :____) Por aquí otro papá que trata de inculcarle sabiduría a su hijo con juegos «de verdad» frente a esas tragaperras camufladas que son los F2P.
Me alegra volver a leerte, Galious, especialmente sobre este tema en el que tengo un cierto interés ;)
La mía tiene casi cinco años y también intento compartir lo que es mi principal hobby con ella. No es para nada como esperaba, es difícil encontrar juegos que le interesen pero que no la frustren, aún le cuesta asociar el mando con el personaje. Y es difícil poner límites pero ya he visto por mí mismo que son muy necesarios, si no no quiere hacer otra cosa y se pasa todo el rato gruñona. Me veo un poco a mí mismo en eso.
Por otra parte, es genial poner Sonic Mania y verla emocionarse cuando Sonic corre rápido, o inventarse diálogos e interacciones entre los personajes y luego contar sus aventuras. Lástima que no tenga un modo cooperativo un poco más decente, a ver Sonic Superstars…
A principios de año también le gustaba Mario, pero se angustió mucho en la peli porque Luigi se había perdido, y se acabó Mario ‘:D
No te agobies por ello. Mi hijo menor no ha empezado a interesarse hasta cumplidos los cinco y la verdad es que me encanta su filosofía: le encanta quedar por detrás en el Mario Kart porque le dan los poderes más divertidos y le da igual si queda en última posición, a él lo que le gusta es que le den una Estrella o convertirse en Bill Bala… Usan sus propias reglas para divertirse y eso también es muy bonito…
Maravilloso lo de tu peque, me encanta su filosofía de «me da igual ir último que yo lo que quiero es un Chomp Cadenas».
La verdad es que la mía ha hecho muchos progresos, cualquier día me sorprende manejando a Tails con soltura. Con Sonic Mania hemos encontrado algo que le mola y ella si no logra avanzar pues se pone a volar mientras yo miro, y se divierte igual. Además, jugamos a «tres zonas nada más» y ese límite nos funciona bastante bien.
Definitivamente, creo que sí va a caer el Sonic Superstars ;)
Hay un pensamiento cada vez más recurrente en mí mientras juego. Uno que me hace pensar en cómo introducirle ese juego que tengo entre las manos o en otros que ya jugué a un Miniyo. Si ese momento llega, recordaré tu último párrafo, tío.
Dándole un giro a la idea de la entrada, yo no tengo hijos, mencionaré otra relación paterno-filial. Siempre que alguien menciona la incomprensión y extrañeza de la generación previa hacia los videojuegos no puedo evitar sonreír y pensar en la fortuna que tuve al tener un padre informático. Desde que tengo memoria siempre hubo ordenadores, en plural, en casa y consolas varias de Nintendo.
No tengo el recuerdo pero mi padre cuenta que durante mi primer año de vida estuvo un tiempo en paro y, mientras mamá trabajaba, él me cuidaba. Una de las cosas que «hacíamos juntos» era colocarme en el parquecito a su lado y aunque tenía ahí mis juguetes infantiles siempre intentaba ponerme de pie para mirar como él jugaba a Lemmings.
Gracias, papá :)