Los juegos de puzles no son lo mío. Es cierto que se me dan moderadamente bien los videojuegos cuyos personajes se mueven a través de casillas cuadradas o hexagonales, a ser posible por turnos, pero la dura realidad es que los juegos de puzles no son lo mío. Los perros, por el contrario, son totalmente mi mierda. Si hay un buen perro, uno bien simpático, es muy posible que me encuentres ahí, atento, esperando mi momento para acariciar o jugar. Y eso es justo lo que te permite hacer Stick the Plan: jugar con un perro simpatiquísimo, Roberto, a lo largo de una serie de niveles lo suficientemente difíciles como para hacerte fruncir el ceño, pero no tan difíciles como para resoplar fuertemente en desesperación.
Un juego de puzles vive y muere en la solidez de sus mecánicas y la habilidad de sus desarrolladores para, poco a poco, ir introduciendo pequeños cambios y novedades que las mantengan frescas. Es por esto que títulos del calibre de Baba is You o Portal 2 —por poner dos ejemplos dispares y muy conocidos— consiguen mantener al jugador siempre atrapado, siempre queriendo un poquito más: van incorporando paulatinamente nuevas mecánicas, construyendo sobre las que ya han establecido previamente, añadiendo complejidad y por tanto desafío a la experiencia. En el caso de Baba son nuevos verbos y en el de Portal son fluidos de colores. El resultado es el mismo: una hora antes estabas haciendo malabares con tres pelotas y de pronto tienes que hacerlos con cuatro. Siguiendo con esta analogía, Stick to the Plan te da las pelotas una a una, con un ritmo perfecto para que nunca se te lleguen a desparramar en el suelo.
Con una buena dosis de ingenio, el juego de Dead Pixel Tales consigue revolucionar su propia mecánica cada pocos niveles. Al principio parece muy simple: lleva un palo desde la primera casilla del nivel hasta la casilla de meta. Fácil. Tan solo hay que ir moviéndose a través de una bella cuadrícula y rotando el palo para que no choque contra los distintos obstáculos. Luego entran en juego los palos más largos, añadiendo una nueva capa de complejidad. Y luego las rejas. Y las tapas de alcantarilla. Y las palancas. Y las antorchas. Poco a poco, de forma ladina y casi sin darte cuenta, el juego va introduciendo cada vez más elementos que aumentan considerablemente la dificultad. Lo bueno —hablando estrictamente a título personal— es que a diferencia de títulos como Stephen’s Sausage Roll, con el que comparte algunas similitudes, este incremento en la dificultad nunca llega a ser demasiado pronunciado. Por ello doy gracias. Aunque sé que no soy el cuchillo más afilado del cajón, duermo más feliz los días en los que un trozo de software no me lo restriega en la cara.
Sin perros, con unos gráficos parecidos a los de los roguelikes que tanto me gustan, Stick to the Plan seguiría siendo un juego de puzles inteligente. Gracias a un cariño por los perretes más que palpable y a una historia sencilla pero bonita, sin embargo, se convierte en un juego precioso. Roberto es un protagonista encantador y, aunque demostrarte a ti mismo que eres capaz de superar cualquier rompecabezas que te pongan enfrente es un excelente incentivo para seguir adelante, saber que al hacerlo estás ayudando a un perro tan, tan bueno también ayuda. Al terminar cada capítulo, un breve cómic muestra cómo se desarrolla la historia, hilando así los diferentes tipos de escenarios. Esta serie de viñetas es perfecta. La épica aventura de Roberto queda hábilmente plasmada sobre la pantalla con apenas media docena de paneles y un par de puzles contextuales. Para cuando ruedan los créditos, no solo tienes una imagen muy nítida del viaje de Roberto en la cabeza, sino también en el corazón —aunque esto ya depende de cada uno, que sé que los hay de auténtico hielo por ahí.
En última instancia, Stick to the Plan es un juego de puzles ingenioso y bonito, que consigue transmitir un mensaje muy potente: quiere a tu mascota. Quiérela porque ella te quiere a ti. Sinceramente, no recuerdo cuándo fue la última vez que me pasé un videojuego y lo primero que hice fue ir a darle un beso a mis animales. No es que no lo haga habitualmente, pero me parece bonito que una pantalla de créditos me motive a ello.
Gatín y Zero
Yo probé la demo y estuve 10 min atascado en un puzzle porque se me olvidó que podía soltar el palo: Viví la verdadera experiencia perruna