Como ya sucedió el año pasado, la asociación de la que formo parte, MálagaJam, voló hasta Barcelona para echar una mano durante la celebración del IndieDevDay. Estamos en las mismas. Ni pude probar videojuegos, ni vi la gala de premios (si es que hubo, que ni lo sé), ni pude disfrutar de ninguna de las charlas y conferencias que tuvieron lugar a lo largo del fin de semana. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que, una vez más, buena parte del talento del sector del videojuego se juntó en un mismo recinto, bajo un mismo techo, no ya para hablar e intercambiar ideas, sino para perrear e intercambiar pasos de baile prohibidos.
El viernes por la noche, tras unos Indie Burgers que empezaron conmigo hablándole a una lata de Estrella de Galicia como si fuese un micrófono y terminaron con Lucía y Eva sentadas en el suelo haciendo un bingo, la acción se trasladó a una cervecería absurda. Allí, una mesa de ping pong comparte espacio con un futbolín roñoso y unos grifos de cerveza autoservicio que funcionan con una tarjeta especial. Muy poco práctico, si me preguntan. Por allí también había un billar en torno al que gira una leyenda. La leyenda de una bola blanca que salió volando por los aires, impactó en una jarra de cerveza llena hasta el borde, y terminó a los pies de un simpático perro que se puso a lamerla. No sé cuánto de esto es verdad y cuánto es mentira, pero viendo la foto del lugar, me lo creo.
La cervecería del ping pong, los billares, el futbolín y la cola del baño como lugar de encuentro social estuvo genial, pero cerraba a las 12:30. Raquel, una de las organizadoras, me preguntó, cerveza en mano, si debía ir a la fiesta que ellas mismas habían organizado en una discoteca enorme a escasos metros de allí. De forma premonitoria, casi como si ya estuviese sintiendo las escasas dos horas de sueño que yo mismo iba a disfrutar esa noche, le respondí que no, que si pretendía ser una persona funcional durante el sábado era mejor huir a casa sin mirar atrás. Consejos vendo y para mí no tengo. Media hora después, la mitad del equipo de MálagaJam estábamos atravesando la puerta de la Sala Salamandra.
Todo el que me conoce sabe que me gusta la cerveza —no en vano me bebí como cuatro latas en los diez minutos que estuve encima del escenario en los Indie Burgers. Por desgracia, en la Sala Salamandra no tenían cerveza, sino una suerte de icor ponzoñoso llamado Estrella Damn. Gracias a ello solo bebí dos más. Esto, que en condiciones normales podría suponer un problema, me permitió no solo perrear con muchísima más precisión hasta rozar el suelo, sino también apreciar y disfrutar el ritual de comunión cósmica que estaba teniendo lugar en ese lugar. Entre luces danzantes de colores, derramamientos de Jagger con Red Bull e himnos de Bad Gyal, se empezó a invocar algo.
La entidad cósmica que se manifestó esa noche en la Sala Salamandra fue distinta para cada una de las personas presentes al aquelarre. Como Nyarlathotep, tuvo mil caras. Aunque para algunos —aquí no se darán nombres, eso sí— se estuvo toda la noche subido en una peligrosísima tarima metálica situada en el centro de la sala de baile, la verdad es que hubo tiempo para todo. Hubo tiempo para (intentar) aprender a hacer twerk, para conocer a personas nuevas, para reencontrarse con personas viejas, para cuidar de los amigos, para botar con el opening de Evangelion y, por supuesto, para bajar el culo hasta el mismísimo infierno. Hubo tiempo para mucho, pero ojalá hubiese habido tiempo para más.
Un poco antes de las cinco de la mañana, en un avenate de responsabilidad, el equipo MálagaJam inició la retirada. Algunos nos volvimos caminando y otros en taxi, pero todos nos volvimos con el corazón calentito y 0,800 de tasa de alcohol en sangre. A estas alturas de la película es poco más que un meme que perpetuamos porque, en el fondo, también es algo bonito, pero es que lo importante de este tipo de eventos no son los videojuegos, sino las personas que los hacen. Y cuando esas personas se admiran, se quieren y son capaces de saltar juntos al ritmo de Bring me to life, los videojuegos salen mejor. Aunque eso sea lo de menos.
De tarot ya hablamos en el próximo texto —dentro de aproximadamente tres meses, imagino.
Buen texto, mejor perreo