The Castle

Escrito por en Análisis - 2 enero, 2025

Mi primera aventura gráfica, como la de muchas otras personas de mi generación, fue Monkey Island. El juego estaba instalado en el ordenador del trabajo de mi padre —un flamante 286 con 20MB de disco duro— cortesía del hijo de uno de sus compañeros de oficina. Unas semanas después, tras haber visto los fuegos artificiales con Elaine Marley, mi emoción para con el género era tan grande, tan palpable, que mi padre fue al Corte Inglés y cogió de la estantería de la sección de videojuegos una caja que mostraba el mismo sello, el de Lucasfilm Games. Esa caja de cartón, por supuesto, no fue otra que la de Maniac Mansion.

Jugar a Maniac Mansion cuando vienes de Monkey Island o casi cualquier otra aventura gráfica de la época es una experiencia compleja, difícil si me apuras. Para empezar, a diferencia de lo que ocurre en la inmensa mayoría de títulos del género, el desarrollo de la trama no es lineal. Y no solo eso: hay siete personajes diferentes con los que afrontar la aventura y, dependiendo de cuáles de ellos participen, es posible obtener hasta cinco finales distintos. Lo más jodido es que incluso es posible que algunos de los personajes mueran. A Guybrush era posible matarlo si te esforzabas mucho pero, si eso ocurría, terminaba la aventura y ya está. Si cualquiera de los personajes de Maniac Mansion muere, la historia continúa… aunque eso supusiese que ya no podías terminar el juego. Algo que, por supuesto, no tenías forma de saber.

Pese a sus defectos, y a que recuerdo no haber conseguido obtener nunca más de dos finales distintos, Maniac Mansion es una de las aventuras gráficas a las que más cariño guardo. Y eso que, de niño, me cagaba de miedo cuando veía a Edna caminar hacia uno de mis chicos con esa animación de movimiento tan jodida que tenían todos los personajes. Supongo que por todo esto que comento me ha hecho tanta ilusión toparme con The Castle, un sentido homenaje a este clásico de Lucasfilm Games, desarrollado por un chaval de Barcelona al que, parece ser, le marcó tanto como a mí. La diferencia entre ambos, como salta a la vista, es que él tiene muchísimo talento y ha sido capaz de crear una aventura gráfica reminiscente de Maniac Mansion, pero con un sabor propio.

The Castle es una aventura gráfica desarrollada con AGS, en la que el objetivo es ayudar a Peter, un joven periodista de revistas de misterio, a colarse en el castillo de un vampiro para acabar con él. Al igual que Dave en Maniac Mansion, Peter puede llevarse a un par de amigos para que le echen una mano. Y al igual que en Maniac Mansion, dependiendo de qué amigos lleve, es posible obtener unos finales u otros. La gran mayoría de los puzles se pueden resolver con todos los personajes, pero algunos de ellos permiten o imposibilitan llevar a cabo ciertas acciones.

La calidad de una aventura gráfica, como comenté en el texto dedicado a The Last Door, se puede medir a partir de la creatividad y coherencia de sus puzles. Y, en líneas generales, los puzles en The Castle están muy bien ejecutados. Salvo por algunas contadas excepciones, que el propio autor admite durante uno de los finales, los puzles consiguen mantener un equilibrio correcto entre lo ingenioso y lo disparatado. Además, la propia página de Steam ofrece un enlace al «manual» del juego, que en realidad es una guía ilustrada con consejos (y más que consejos) para obtener todos los finales posibles. No es recomendable recurrir a esta guía de primeras, pero teniendo en cuenta que los libros de pistas eran casi una necesidad en la época dorada de la aventura gráfica, sí que me parece una inclusión muy acertada y en consonancia con lo que intenta evocar.

Es muy posible que sea la nostalgia la que escribe estas líneas, pero lo cierto es que The Castle me parece una aventura gráfica tradicional encantadora. ¿Tiene algunos puzles obtusos? Sí. ¿Es molesta la vampira que, durante la segunda mitad de la aventura, te persigue por la mansión? Sin duda. Pero al margen de estas quejas menores, The Castle es un juego con momentos genuinamente divertidos, que destila un cariño y una reverencia por sus antepasados absolutamente enternecedoras. Más importante aún que eso, es una obra faraónica para un solo-dev, en la que, homenajes al margen, se puede percibir su personalidad e inquietudes. Jugarlo es como volver a sentarse delante de la pantalla del 286 e introducir un disquete que se había quedado perdido al fondo del cajón.

The Last Door